Nunca hubiéramos podido imaginar que el viaje de dos semanas por la India y Nepal, junto al grupo de peregrinación con Tenzin Ösel Hita tuviera un final tan rotundo.

 Después de dos semanas viajando por los principales lugares del budismo, llegamos a Kathmandú desde Benarés el penúltimo día de viaje. Pudimos visitar las dos estupas principales, y pasear por algunos barrios de esta legendaria ciudad.

 El día 25 de abril teníamos pensado ir a la Plaza de Durbar Square, el centro medieval de Kathmandú después de una clase de yoga con Ösel en el lugar más alto de la colina de Kopan, monasterio tibetano en el que dormíamos. El tiempo se nos echó encima y antes de tomar los coches para bajar a la ciudad, entramos en la librería  del monasterio. Allí todo cambió, el destino de millones de personas iba a dar un vuelco en ese preciso instante. Recuerdo que empezó a moverse ligeramente el suelo de la librería y un ligero ruido comenzó a escucharse. Cada segundo la vibración era más intensa y el ruido más fuerte, todos empezamos a correr hacia la salida ya que nos dimos cuenta en seguida que era un terremoto, cada segundo subía la intensidad, bajamos las escaleras difícilmente ya que todo empezaba a tambalearse y apenas podíamos avanzar, el ruido era ya ensordecedor, corrimos hacia fuera, hacia el primer lugar donde no tuviéramos techo y con el cielo sobre nuestras cabezas, nos reunimos todos a la entrada del monasterio justo a la salida de la librería. Allí el temblor era tan fuerte que tuvimos que agarrarnos entrelazándonos los brazos para no caernos. El mundo temblaba, y entre el movimiento oíamos un ruido que lo abarcaba todo. Estábamos todos aterrados, en doscientos kilómetros a la redonda. Nadie había experimentado un temblor así en toda su  vida, de hecho la última vez que hubo un terremoto parecido, incluso más débil, fue hace ochenta años. Recuerdo tener unos segundos de contemplación para mirar al horizonte y ver todas las montañas llenarse de polvo, y los árboles temblar y rugir, no sabíamos cuando se detendría  y cada vez iba a más. Al cabo de tres minutos de terremoto, la vibración comenzó a menguar hasta que se hizo el silencio. Nos buscamos entre todos para asegurarnos que todo el grupo estaba a salvo. Miramos por la terraza del monasterio y nos dimos cuenta de la gravedad del asunto. El valle entero de Kathmandu yacía entre nubes de polvo hasta el horizonte. Por encima de cientos de edificios vimos levantarse columnas de polvo que sabíamos que eran el resultado de los derrumbes. Una sensación de calma por estar a salvo se mezcló con una sensación de miedo y pena al saber la cantidad de personas que habían muerto en esos mismos minutos y cuantas miles de personas habrían perdido sus hogares y todo lo que tenían, en el ya segundo país más pobre del mundo.

Nos reunimos todos en los jardines, estábamos rodeados de cientos de monjes tibetanos y unos cuantos occidentales, nos sentamos en el suelo  y esperamos a que pasaran varios temblores más. Los monjes, junto a Lama Zopa, que había llegado el día anterior, co-fundador junto a Lama Yeshe del monasterio de Kopan, comenzaron a rezar. 

 Unas horas después  bajamos al monasterio de las monjas , un poco más abajo de la colina, allí nos ofrecieron una comida riquísima en los jardines, ya que seguía habiendo réplicas y nadie quería estar bajo techo. El monasterio de las monjas tenía bastantes grietas por las paredes y  una de las estatuas de los ciervos de los tejados del templo se había caído al suelo y sus pedazos llenaban las escaleras de entrada. Después de un paseo por la ciudad hasta la estupa de Boudhanath , pudimos ver el miedo en las caras de la gente, y todos las tiendas cerradas. Esa noche fue larga, ya que al día siguiente teníamos que conseguir entrar en el aeropuerto y salir de Nepal, ya que la mayoría de los vuelos internacionales del grupo salían al día siguiente, y en la radio anunciaban más temblores incluso de mayor magnitud. Nadie sabía predecir qué podía pasar en las siguientes horas. Parte del grupo durmió en los jardines del monasterio de las monjas y otra parte en una tienda de campaña que los monjes colocaron en Kopan para los extranjeros. 

Hubo dos fuertes réplicas esa noche, recuerdo tumbarme encima de una almohada en el suelo de cemento de la entrada del monasterio junto a una decena de monjes. Cada réplica que había, yo saltaba, me ponía de pie en décimas de segundo mientras los monjes se reían de mi cada vez, no pararon de charlar riéndose toda la noche, aunque se les veía bastante preocupados. 

 Al día siguiente conseguimos adelantar el horario de salida de nuestro autobús hacia el aeropuerto porque sabíamos que este estaría colapsado y teníamos que llegar lo antes posible para conseguir los vuelos. En el trayecto vimos varios edificios en ruinas y gente por las calles, nadie quería estar en el interior de ningún edificio.  Después de unas dos horas entre miles de personas apelotonadas para entrar en el aeropuerto conseguimos entrar y tras otra complicadísima hora en la cola de facturación conseguimos las tarjetas de embarque. Una de ellas nos costó conseguirla  ocho horas, sentados entre cientos de maletas en las cintas de facturación, esperando a que nos dieran uno de los diez billetes, entre los cientos de personas que los solicitaban, ya que se preveían lluvias para esa noche y mas réplicas fuertes. No había electricidad ni teléfono en la ciudad. Conseguimos la última tarjeta casi de milagro corriendo hacia las pistas del aeropuerto en las que había miles de personas entre los aviones. Varias horas después comenzó a llover fuerte, nuestro avión hacia Delhi salió. No podíamos creer que estuviéramos todo el grupo sano y salvo saliendo de Nepal. Una sensación de liberación unida a una sensación de pena nos inundaba. Pocos minutos después hubo otro gran temblor en Kathmandu y se cerro un par de días el aeropuerto.  Conseguimos salir por los pelos, ahí quedó el último día del viaje.