Por la tarde llegamos a la estación central de Melbourne, e hicimos un poco de tiempo antes de coger un autobús de la compañía Greyhound, que nos llevaría hasta Adelaida. Melbourne es una ciudad enorme y con edificios de todo tipo, desde coloniales del siglo pasado hasta los más modernos rascacielos. Además es un ciudad muy cosmopolita, repleta de artistas y gente bohemia, viajeros, hippies, músicos poetas, y demás criaturas de la noche.

 Dormimos como pudimos en los asientos del autobús en la noche de Halloween, no tuvimos otra manera de celebrarla que en sueños, aunque en occidente se ha hecho tan comercial y americanizada que quizás sea mejor así. Un  recuerdo por los que ya no están entre nosotros pero aún siguen compartiendo el vacío de la existencia (algo que en México sí que saben celebrar, el día de los muertos…)

Llegamos a las seis de la mañana a Adelaida, dejamos las mochilas en las consignas, y salimos a descubrir un poco la ciudad. Era demasiado pronto y estaba todo absolutamente cerrado, así andamos un poco con la fresca, hasta que nos pudimos tomar un te. Paseamos durante horas por la ciudad, es bastante más pequeña que Melbourne, llena de antiguos edificios. En Australia antiguo quiere decir 150 años como mucho. Entramos en el museo “South Australian Museum”, sobre historia, naturaleza y cultura en general. Muy bueno, la parte aborigen estaba muy bien preparada con mucha información. Comimos en un buffet de Chinatown, era lo mas barato de toda la ciudad, además estaba muy bueno. En Australia tienes que medir cada paso que das, es el país más caro del Mundo posiblemente, hablamos de 4 euros por un café, o tres por una barra de pan. Al atardecer, después de comprar unas esterillas para dormir en la tienda de campaña, y un paraguas para no cocernos al sol en el desierto, cogimos el autobús que nos dejaría 20 horas después en Alice Springs, en medio del desierto Australiano, en el Northern Territory.

Esta pequeña ciudad en medio de la nada se encuentra a 400kilómetros de Uluru, y es el lugar donde poder tomar un vehículo hasta allí. Comenzó siendo hace siglo y medio una parada de postas y centro del telégrafo que unía el norte de Australia con el sur. Ahora es un lugar turistico que hace de puente entre los territorios y Uluru. Encontramos un lugar en el camping donde poder poner la tienda de campaña, un bañito en la piscina y un paseo a ver que ofrecía este pequeño lugar. Prácticamente todo era moderno, preparado para los viajeros. Había muchos aborígenes por las calles. Se apiñaban en grupos y familias, sentados en los jardines a la sombra de los árboles. No están realmente integrados en la sociedad australiana ni creo que lo están nunca. Se ve como continúan con su modo de vida ancestral, reunidos en familias, compartiendo el tiempo sentados, contándose historias, o simplemente pasándolo. El concepto de tiempo para un aborigen es bastante diferente del concepto de un occidental, el “perder el tiempo “ no existe, ya que no se pierde nada, sólo lo que en nuestras azarosas cabezas pensamos que dejamos de producir si estamos tranquilamente sentados en un jardín con nuestras familias y amigos.  Había también muchos aborígenes borrachos por las calles. Y no les culpo por ello, los blancos europeos les  han robado, arrasado y profanado el país en el que llevan cuarenta mil años viviendo en paz y armonía con la Naturaleza. No tienen acceso a los puestos de trabajo ni a la educación que un australiano blanco puede acceder. Además que su cultura es totalmente diferente, no se basa en la producción ni en el incremento ni en la mejora de comodidades ni en la acumulación de posesiones, con lo cual nunca van a prosperar en nuestro artificial “mundo civilizado”. Se ha intentado, y el gobierno apoya muchos proyectos para que los aborígenes se integren. Pero por qué se tienen que integrar en una sociedad consumidora, aniquiladora de la Naturaleza, no la entienden ni comparten. Los aborígenes vivirían muy felices a su bola, como siempre han vivido, si tener que integrarse en ninguna sociedad invasora El problema es que los ingleses cuando llegaron les robaron las tierras, les expulsaron de sus paraísos en las costas, donde pescaban y vivían en la abundancia, y les extirparon sus ritos y costumbres, les despertaron del tiempo del Ensueño, para golpearles con la cruz, y con horribles nuevos hábitos que acabaron con miles de años de una cultura maravillosa. Les cambiaron sus nombres , sus lenguajes, sus ropas, sus creencias, su alimentación, su hábitat, ¡todo! Y ahora pretendemos que se integren en nuestras “civilizadas costumbres” y modo de vida. ¡Qué hipócritas y olvidadizos hemos sido siempre los europeos!

Al día siguiente paseamos un poco por Alice Springs, compramos un auténtico didgeridoo,  un tronco de madera de eucalipto ahuecado por las termitas en los húmedos territorios del norte. Los aborígenes llevan miles de años sacando alucinantes sonidos de estos troncos, así que nos llevamos uno a nuestras tierras para recordar los ancestrales ritmos australianos.

 Por la noche en el camping conocimos a unos chicos belgas que llevaban dos años trabajando en Australia y ahora tenían tiempo para viajar, y a unos lituanos que viajaban por todo el mundo a lo loco con unas motillos, tomando miles de cervezas y contando curiosas historias. Lo bonito de viajar es la cantidad de personas de todo tipo y de todas partes del mundo que te encuentras, la cantidad de costumbres diferentes y diferentes maneras de tomarse la vida, eso hace relativizar mucho nuestros estancados y rígidas costumbres y sistemas de creencias. Lo que pensamos que es bueno aquí puede no serlo tanto allí y viceversa.

 Todavía de noche a las cuatro de la mañana recogimos la tienda, rehicimos las mochilas y salimos a pillar el autobús que nos dejaría seis horas después en Uluru, al fín!

 Uluru,  modernamente conocido como Ayers Rock, es uno de los lugares que más deseaba visitar del mundo desde hace más de veinte años. La primera vez que vi una foto de este lugar me dije a mi mismo que algún día en mi vida tendría que ir a verlo. Es de esas cosas que llamamos misiones, sabes que tienes que ir, no sabes bien por qué, pero necesitas ir, y vas a hacer lo posible por ir. Como los eclipses.

 Llagamos a mediodía a Yulara, que es lugar más cercano de la montaña de Uluru en el que se permite dormir. Hay varios hoteles y resorts, bastante camuflados, pero carísimos, nosotros optamos por la opción camping, por el precio y por producir el menor impacto en el terreno.  Pusimos la tienda sobre hierba debajo de un árbol, rodeados de tierra roja. No pudimos alquilar coche ese primer día, pero teníamos la necesidad de ir a la montaña roja, y los transportes hasta allí costaban 50 euros por persona, así que decidimos ir andando y de camino ir haciendo autostop, sin saber si llegaríamos o como volveríamos al anochecer. Anduvimos más de una hora  por el camino de la carretera, pisando tierra roja brillante, rodeados de árboles espinosos y matorrales, el paisaje es desértico y caluroso. Llegamos hasta la entrada al parque nacional, pagamos 25 dólares por nuestra entrada por tres días, y allí mismo preguntamos a un hombre si nos acercaba con el coche hasta la montaña de Uluru, nosotros preferíamos ir andando en un pequeño peregrinaje, pero quedaban todavía unas tres horas de camino. Lo bueno es que este coche no os dejó en la base de Uluru si no que nos paró a una hora de la montaña, así que nos bajamos, dejamos los caminos, nos adentramos en el outback, y empezamos a andar hacía allí.

Fueron unos momentos mágicos y oníricos, acercándonos a la tan esperada montaña, con la luz del atardecer, con los pies llenos de polvo rojo, en la soledad del desierto. Me parecía estar en un sueño. Según llegamos a la base atardeció, nos dio tiempo para entrar en una cueva en lo que llamaban el camino de Mala ( Mala´s walk), y tocar la gran piedra, cerrar los ojos y visualizar miles de años de canciones del tiempo del Sueño. En esas mismas cuevas habían vivido aborígenes durante miles de años, para ellos Uluru es uno de los lugares más sagrados y lo consideran centro del Universo. En seguida nos dimos cuanta de que no había nadie, ni ningún coche que nos llevara de vuelta así que comenzamos el camino de vuelta confiando en que los dioses nos ayudaran una vez más, casi anocheciendo apareció un coche en dirección contraria con una mujer que nos dijo que en un rato nos recogería y nos llevaría de vuelta, así que seguimos el camino hasta que nos recogió y nos dejó de vuelta en el camping, ángeles del camino, que nos ayudan en la peregrinaciones. Por la noche en el camping pudimos contemplar las estrellas como hacía mucho que no lo hacíamos, brillaban y parpadeaban cada una de un color.

Al día siguiente conseguimos alquilar el último coche que tenían disponible y salimos hacia unas montañas a unos cuarenta kilómetros, las Olgas (Kata Tjuta). Eran tan impresionantes como Uluru, y también tenían una tradición milenarias como Uluru. Llegamos a uno de los valles rocosos y entramos en él. Milagrosamente no hacía sol ni calor, llevábamos un paraguas para el sol, y lo tuvimos que utilizar para la lluvia, ya que nos cayó encima una tormenta impresionante, con mucho viento y algo de lluvia, además estábamos solos, como nos suele pasar, por la razón que sea, cuando vamos a lugares sagrados del mundo. Llevamos nuestro didgeridoo y lo tocamos entre las rocas y las montañas. No habíamos recibido ninguna clase ni instrucción para tocarlo, pero parecía que los ancestros nos enseñaban desde el Otro Lado.  Las paredes rojas de la montaña nos absorbían y te alejaban del concepto temporal que solemos tener sumergiéndonos en el tiempo del Sueño, el no-tiempo, el pasado – presente – futuro unido en un momento de eternidad, en el silencio de la montaña. Tan sólo se escuchaba el viento y casualmente el nombre del valle en el que estábamos así se llamaba el Valle del Viento (Valley of the Wind). ¡Impresionante lugar!

 Después de calentarnos unos noodles en la cocina del camping, nos dormimos pronto ya que al día siguiente saldríamos antes del amanecer para llegar a primera hora a la base de Uluru, era nuestro día especial, nuestro día de conexión con el lugar sagrado y sus antiguos moradores. Un rato en la soledad de las cuevas antes de que llegaran los turistas. Entramos en cuevas en las que había grabados en las paredes de miles de años de antigüedad, dibujos de puntos y espirales y seres impresionantes. La visión de esos grabados nos unía de alguna manera con esas gentes y sus mitos. A las 8 atendimos un par de horas de explicaciones sobre las cuevas y los antiguos habitantes de la zona, decidimos invertir esas dos horas rodeados de turistas para entender un poco la vida de esos antiguos pobladores.  En cuanto terminó, comenzamos a hacer el recorrido rodeando la montaña entera, y desde entonces estuvimos solos todo el día. Tocábamos el didgeridoo a la sombra de eucaliptos, mirando a la gran montaña y dejándonos llevar por los ritmos que aparecían en la mente. Había muchas cuevas no accesibles que tenían también grabados en las paredes y habían sido utilizadas como lugares de iniciación y ritual.  En una de ellas que estaba unos cuantos metros más arriba del camino, no pude evitar encaramarme a las rocas y llegar hasta ella. Tenía miedo de que me viera alguien, por eso estuve sólo unos minutos. El corazón me temblaba, en una de las paredes ví unos grabados representando huellas de Emu, y otros desconocidos signos. Allí arriba, y sólo, cerré los ojos y empecé a ver imágenes de aborígenes cantando y bailando, transmitiéndose el conocimiento de generación en generación, en el silencio del no tiempo. Sería mi imaginación pero me parecía verlos, y recibir aunque fuera sólo a modo de sentimientos e intuiciones algo de su mundo y de su inframundo. Sentía que me empapaba por segundos de algo muy antiguo y se me quedaba impregnado, aunque muy profundamente, mi consciente no se percataba.

Al atardecer, la mayoría de los turistas se habían alejado unos kilómetros de la roca para verla con los colores del atardecer, con lo cual nos quedamos solos al lado de esas cuevas. Estuvimos un buen rato en una gran cueva donde se preparaban las comidas hace miles de años, como un lugar social. Volví a descolgarme por unas vallas y entre en una de las cuevas. Esta era la de los abuelos, en donde los ancianos se transmitían su sabiduría con canciones y entraban en contacto con el Tiempo del Sueño. Sabemos que los aborígenes utilizaban plantas de poder que ellos mismos preparaban para entrar en contacto con esas partes de la mente y de la realidad a las que no se puede acceder de otra manera, aunque esto lo mantienen muy en secreto. Contemplaba en silencio los grabados de las paredes, las espirales y los seres extraños que aparecían. No le intentaba dar significado sólo me centraba en las sensaciones. Volví a cerrar los ojos con la frente cerca de una de esas espirales y volví a visualizar a los ancianos cantando, y en silencio, en esa misma cueva, milenios atrás. Para ellos el Dream Time, o  Tiempo del Ensueño, es eterno. El tiempo presente y el pasado forman parte de una misma realidad presente, aunque nuestra consciencia ordinaria no lo reconozca. Así es que pensando eso, de alguna manera, la vibración de esos seres y esos rituales todavía estaba allí, y quizás podría empaparme un poco de manera muy sutil e inconsciente. Será mi imaginación , pero me parecía realmente estar en contacto con ellos y recibir parte de esa información. Un rato después toque unos minutos el didgeriddo, dentro de esa cueva, casi a oscuras, cantando para ellos. Beatriz me esperaba en la otra cueva, disfrutando de la soledad del lugar.

  Ya totalmente de noche regresamos al camping. Aunque muy breve teníamos la sensación de haber recibido algo de la esencia de Uluru, y ese era el destino de nuestro viaje hasta allí. Es lo mismo que vamos haciendo en todos los lugares sagrados y ancestrales que visitamos por el mundo. Abrir mucho los ojos, y luego cerrarlos en silencio, y sentir el lugar y sentir ese presente perfecto que en laza todos los tiempos y todos los mundos.

El día siguiente salimos antes del amanecer a hacer una foto de la roca rojiza iluminada más aún por el rojizo amanecer, y fuimos a otra zona de cuevas (Kapi Mutitjulu),  unos últimos minutos mirando fijamente las pinturas en las paredes e imaginando cuando estaban allí esas familias viviendo en plena paz.

 Ya no quedan aborígenes en Uluru, los últimos fueron echados hace muchos años cuando los cristianos europeos obligaron a seguir su dogma y a abandonar el suyo que tan bien habían conservado durante miles de años. Confío en que volverán, cuando no llegue ni un coche, ni quede petróleo, cuando los blancos no irrumpamos en sus lugares, confío en que ellos volverán, y verán que en el vasto océano de Tiempo, han sido unos extraños años de pesadilla occidental.

  Un rato después estábamos en el aeropuerto de Ayers Rock esperando a nuestros vuelos que nos llevarían a la siguiente misión. El eclipse total del 13 de noviembre en el noreste de Australia, a miles de kilómetros de allí. Siempre quedará Uluru en nuestro interior, cuando pienso en ese lugar los ojos se me ponen vidriosos…