Llegamos a la bonita ciudad de Plasencia en la que ví a mis dos sobrinitas Alma y Padme, en su escuelita libre con otros niños. Me encanta ver a mis sobrinas libres del adoctrinamiento de los colegios oficiales y libres de vacunas nocivas y programaciones mentales. No es fácil para mi hermano  Javier y la mama Ana enfrentarse a un mundo en el que todo el mundo te dice que eso es una locura y que deben ir a un colegio, y vacunarse no se cuantas veces y demás cosas que desnaturalizan la vida humana y que nadie quiere reconocer, otra de las versiones del traje nuevo del emperador. De allí salimos hacia El Camocho, nuestra querida finca en la que queremos ir haciendo un lugar de terapias naturales, huertos y lugares de retiro y una escuelita. De momento está el lugar, pero es tan maravilloso y tan alejado de la civilización, que aún dormimos al aire libre. Cocinamos al fuego bajo las estrellas, y comimos en el suelo, hablamos y equilibramos emociones hasta que cada uno calló dormido. Al día siguiente subimos a la cima del Camocho, al castro celta vetton, desde el cual se ve todos los valles de alrededor, otro fuego, bien apagado, y salimos al anochecer hacia una finca en medio de la Vera, en la que se iba a hacer una fiesta trance familiar, en honor a nuestro gran amigo Nacho que cambió de traje y de dimensión el noviembre pasado. Siempre me gusta estar en esas reuniones en los bosques, y ver a gente bailando trance entre árboles y sentirse libre, sin paredes, ni techos ni vigilantes rodeándote. Las raves trance siempre han sido un fenómeno bastante interesante sobre todo por la gran diversidad de gentes, nacionalidades, edades, estatus, culturas y gustos que han compartido arena bajo sus pies dejándose llevar por la locura de la música.

Kike y Richi

  Al día siguiente al amanecer salimos hacia Lisboa. Llegamos a la hora de comer en una taberna local en el viajo barrio. Que preciosa ciudad construida con mucho arte y la plata y el oro de todos los lugares que saquearon sus señores, al igual que tantos lugares en el resto de Europa. Eso no quiere decir que no sepamos saborear esas maravillosas calles y esos rincones tan clásicos de Lisboa.  De allí, al anochecer, salimos hacia Sintra, a mi gusto uno de los lugares más bonitos, inspiradores, artísticos y mágico-onírico que he conocido nunca. Desde hace siglos ya era un lugar muy conocido por artistas, místicos y reyes, que encontraron en Sintra un lugar único.  Fernando II un rey soñador, construyó en Sintra un castillo de ensueño, y plantó alrededor árboles tropicales de sus colonias en África y América, lo que dos siglos después ha creado un lugar impresionante y de ensueño. Llegamos a un hotel en una casa señorial de principios del siglo pasado, rodeado de jardines y bosques.

  A la mañana siguiente subimos al Palacio da Pena y de allí al Castello dos Mouros, ambos escarpados entre montañas, pasamos todo el día en los castillos y los bosques hasta que llegamos al atardecer a un restaurante local, la Tasca de Xico, entre unas callejuelas, allí disfrutamos de unos riquísimos platos y sobretodo de sus estupendísimos camareros Nelson, Walter y Ana, con los que nos reímos y compartimos unos momentos increíbles, por su naturalidad y entrañable trato, además de las conversaciones tan interesantes que tuvimos. La gente de Sintra siempre me ha parecido muy especial, muy loquilla. El lugar hace a las gentes. De ahí volvimos al día siguiente pasando por la maravillosa ciudad de Segovia, cuna de mis ancestros maternos. Allí quedamos con Juan Vaquero, nuestro querido amigo de aventuras y gaseosas cósmicas, en la supermansión museo de su gran abuelo Joaquín Vaquero, brindamos con un vinito al atardecer mirando a la iglesia templaria de la Veracruz y volvimos a Madrid. Un viaje sin programar, improvisando cada momento, flexibles como el viento.

  Ahora estamos en Madrid preparando los viajes a Inglaterra, a las catedrales góticas de Francia y a la India a ver al Dalai Lama en noviembre. Una tarde soleada, acercándose el verano de este curioso año 2012.