El siguiente día entero lo pasamos en las tierras del Camocho. Por la mañana fui a Plasencia a dejar a mi hermano unos andamios, porque esta preparando un nuevo centro Anahata, en el que seguirán dando Yoga, masajes, psicología y terapias naturales. Allí las niñas podrán tener sus clases en su escuelita libre, de momento itinerante. El tema de la educación infantil es muy complejo y el programa social de que el colegio ¨oficial¨ es bueno para los niños muy arraigado, así que cada cual haga lo que crea mejor para sus hijos, en eso consiste la libertad y la responsabilidad como padres.

Recogí con el 4×4 a mi gran amigo Marcos y a África con sus dos niños, y nos subimos de vuelta a la finca. Comimos al fuego y  bajo la sombra de un gran Almez, y pasado un rato nos subimos hasta la cima del Camocho para admirar las infinitas vistas y enseñarles los vestigios del castro vetón y las cazoletas neolíticas que hay por toda los alrededores. Los niños disfrutaron un montón, como no, en plena naturaleza. Les hace falta a los pequeños mucho el contacto con la Naturaleza, la ciudad les emboba y aliena. Se aceptan criticas…

  Al anochecer, salimos de vuelta hacia Madrid y nos despedimos del Camocho. Es lo que tiene el viajar mucho, que constantemente te estás despidiendo de las gentes y los lugares que aprecias, y no te da tiempo a asentar la mente y el cuerpo y disfrutar de una pequeña rutina. Con la gente pasa lo mismo, les ves unos días, de repente pasan cuatro o dos meses y les vuelves a ver y vuelves a desaparecer y tu memoria enlaza los tiempos y parece que hace minutos que estabas con ellos.

  Llegamos a Madrid a las dos de la mañana y  a mediodía ya estábamos saliendo en coche hacia Torrelaguna, un pequeño y bonito pueblo al norte de Madrid, a celebrar el  sesenta cumpleaños de Milagros, la madre de Beatriz. No nos esperaba ni a nosotros ni a su madre, la abuela Angelita. Había un montón de amigos de los padres de Beatriz, un simpatiquísimo grupo de mentes jóvenes que se hacen llamar La Pandilla Hiperactiva, porque cuando se reúnen no paran de hacer cosas, se disfrazan y hacen encuentros temáticos. Y así un viejo grupo de amigos continúan a través de los años con la misma ilusión por verse y por hacer cosas juntos.  Así se forman los clubes, continuando tradiciones. Cada uno de los que estábamos cogimos un momento el micrófono y le dijimos algo por su cumpleaños. Yo por mi parte le llame suegra a la cara por primera vez,  y  le agradecí mucho su buen trato hacia mi, ya que no soy el prototipo deseable de yerno para ninguna madre de su hija. Con melenas, viajero, sin síntomas de empezar a sentar la cabeza, sin ningún trabajo oficial que cotice, insolvente y amante de las pirámides, bosques, templos, eclipses, extraterrestres y demás cosas que a una suegra le encantan. Milagros se rió mucho y eso es muy buena manera de pasar a la séptima década, (60 años en adelante) y demuestra la relatividad de la edad y que de alguna manera la juventud esta en la mente, ya que hay gente que se deprime mucho al cumplir los cuarenta y se ven a si mismo ya viejos y obsoletos, y otros se lo toman alegremente al cumplir los sesenta. Lo celebramos con una buena comilona como buenos hispanos. Por la tarde fuimos a un convento de monjas de clausura franciscanas, en la plaza de Torrelaguna. Es un entorno fuera del tiempo y de nuestra moderna civilización. Yo no podría estar tantos años, ni meses, ni semanas, en el mismo lugar, sabiendo las maravillas que hay en el resto del Mundo y negándome a visitarlas. Quizás las monjas de clausura se encierran allí porque saben de las maravillas que hay en el mundo interior y en su refugio se lanzan al vasto Mundo, si es así olé por ellas, ya que lo que es arriba es abajo, pero si no es así, cuanto mundo desperdiciado. En cualquier caso me encantó estar en ese lugar, con su bonito patio, y sus pajarillos, que tranquilidad se respiraba allí. Por cierto ya no van monjas jóvenes al convento y las que están empiezan a ser muy mayores, los tiempos cambian.

  Tras volver de Torrelaguna fuimos casi directamente a casa de mi amiga Lucía, junto a la Opera con increíbles vistas del Palacio Real. Allí ví a la mayoría de mis viejos amigos de los últimos veinte años, me encanta verlos, y pensar que tras veinte años seguimos siendo tan buenos amigos y seguimos riéndonos y sorprendiéndonos. Hacia años que no veía a algunos y eso es mucho tiempo. Cuando nos conocimos la mayoría de nosotros hacíamos hogueras en los campos de Pozuelo todos los fines de semana, teníamos muy buenas ideas entre todos y la libertad nos rodeaba y embullía. Ahora los tiempos han cambiado, han pasado dos décadas, pero la mayoría de ellos siguen estando ahí.